Me declaro fan de las miradas. De esas que se clavan hasta el alma, de las que notas a tu espalda o incluso de las que son por encima del hombro. De esas miradas de complicidad, en las que dices todo sin decir nada. De las miradas inesperadas en medio de una calle en la que esa persona pasa de ser un mero viandante con el que te has cruzado, a alguien por el que mirarías hacia atrás. De las miradas sinceras, las que no esconden ni un solo sentimiento y que son un mar de emociones. Porque si una imagen vale más que mil palabras sus ojos son el jodido diccionario. De las miradas inocentes, de las furtivas, de las que son a traición cuando ya no deseas saber más de esa persona. Me declaro fan de unos ojos que me hablen, que me miren fijamente y deseen saber más. De unos ojos verdes que tan solo con posarse en mi cuerpo me hagan estremecer. Mírame. Mírame fijamente, a los ojos. Sin más. Y me declararé fan.
Todavía creo que nuestro mejor diálogo ha sido el de las miradas